El Quijote: la voz del profesorado


La cultura, como la existencia misma, no ofrece garantías: éxito, prestigio, un puesto de trabajo; pero sí ofrece una oportunidad única de conquistar, desarrollar y proteger nuestra dignidad como personas. Y este es el mensaje esencial, primario y secundario, que debe transmitir la escuela. Porque creo modestamente, desde mi pequeña atalaya, que si los alumnos son los actores principales de este invento, el gran argumento de cualquier centro de enseñanza es la cultura, ese antídoto contra la deshumanización. Creo que no es elemento accesorio, es nuestra especificidad como especie, por eso pienso que es y debe ser la reina de la educación, si no lo hacemos así y la postergamos en pro de otros menesteres impuestos o sobrevenidos, creo que transitamos por un camino equivocado que nos lleva al vacío mental y al vacío espiritual. Posiblemente es un camino que lo estemos transitando ya.
Antes de que irrumpiera en nuestras vidas la madre de todas las crisis, porque es sistémica y existencialista, los entendidos -hay muchos- ya hablaban de los tiempos convulsos que corrían, tiempos imprecisos, ambiguos, indefinidos: crisis democrática  crisis moral, crisis de valores éticos. A lo mejor la misión de la escuela ya no es la socialización del individuo, como se decía calculada y fríamente no hace mucho. A lo mejor nuestra misión, es misión superior. A lo mejor nuestra misión ahora es rehumanizar y rehumanizarnos. Rearmarnos intelectual y espiritualmente. A lo mejor nuestro cometido es defender en lo que nos compete a la cultura, que no la arrinconen, precisamente, en un establecimiento escolar. Quizás tenemos que concienciarnos de que nuestra tarea principal de ahora sea hacer coincidir lo humano con la humanidad, da igual en un encerado o en una pizarra digital.
El Quijote me recuerda, recrea y refleja todo lo que he dicho con anterioridad. Retrata la situación actual de la escuela y de la caballería andante de la docencia sin necesidad de que apareciera el coronavirus brutal ni se constatara la desigualdad digital entre los alumnos para la enseñanza telemática. En la escuela de hoy se transpira el universo agridulce de El Quijote. Entre lo melancólico y lo entusiasta. La enseñanza tiene el corazón partío. Profesorado joven recién aterrizado en los centros educativos con ganas de innovar y de aportar. Con las hormonas de los libros en la boca. Con ganas de depositar en el aula una trabajada formación y muchas horas de estudio y dedicación. Con la creencia y la ilusión intactas de que la escuela en su rutina diaria almacena su potencial de transformación social. Gente joven y entusiasmada con razón y con razones. Y profesores con amplia experiencia profesional abrumados y estupefactos por el peso pedagógico de la burocracia y la sabiduría aplastante de los tecnócratas. Gente experimentada y conocedora con la otra mitad de la razón y el sentido común por bandera.
Cervantes con su mirada abierta, tolerante y compasiva, int
entó en clave de humor humanizar a la humanidad de su época, engrandecerla y elevarla en un mundo mediocre, inculto, estrecho de miras. La historia de don Quijote es la historia de una pasión, una vocación y un ideal supremo, que salen derrotados, pero esa derrota es una derrota digna, decente y honrosa. Don Quijote encima de un caballo grotesco defiende una cultura, un código de conducta y un modo de proceder noble, humano, aunque la realidad, una realidad mezquina, zafia e interesada; una realidad incomprensiva, incluso, enemiga, termine devorándolo y anulándolo. La escuela, por todos sus poros, tiene que ser quijotesca, pese a todas las dificultades y adversidades, administrativas, políticas, organizativas; pese a esa realidad, en ocasiones, infame, siniestra, que ha dejado de creer en lo humano y de sustentar lo humanístico. La escuela, a pesar de la hiperlegislación de lenguaje alambicado que la aprisiona y del apoderamiento ideológico y conceptual de los unos y los otros, tiene que ser por todos sus poros un bastión de cultura. Ahí radica su autenticidad y su verdadera empresa. Alejarnos de ese centro de gravedad significa alejarnos de lo que realmente somos. A los profesores nos toca, como a Cervantes y a don Quijote, la tarea apasionada de hacer más humana a nuestra humanidad más próxima, sin pensar en la derrota ni el desaliento. En este mundo que nos han montado y entregado se hace imprescindible educar en la controversia y la discrepancia. Huir de las prevalencias idiotizantes que nos vienen dadas. Educar es quijotesco, es ir a contracorriente de la sociedad de consumo, de la sociedad hueca del espectáculo, de la sociedad infantiloide y exhibicionista y embadurnada de palabrería vacua.
La cultura es aquello que nos lleva a nosotros mismos sin ningún atajo bastardo. Nos lleva a lo estricta y necesariamente humano. Es todo aquello que nos dice quiénes somos, de dónde venimos y, sobre todo, adónde hemos llegado con desmemoria y desdén.
En un mundo laberíntico y confuso. Más virtual que real. Más ficticio y aparente que genuino. Más burocrático que actuante. La voz del profesorado debe retumbar reconocible en la sociedad. Debe y puede ser la voz poderosa, la voz entusiasta de don Quijote en medio de la verborrea y del artificio, de la confusión y del laberinto: “Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más”.
Como afirmaba nuestra pensadora malagueña María Zambrano, seamos serios, seamos rigurosos del modo más alegre.
Francis López Guerrero. Profesor de Lengua y Literatura. 


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